Yo no cito a otros más que para expresar mejor mi pensamiento.
– Michel Eyquem de Montaigne-
LA PSICOLOGÍA DEL EGOCENTRISMO
Dado que el sistema capitalista nos incentiva a competir para ganar un salario que nos permita pagar nuestros costes de vida, desde pequeños somos condicionados para que al llegar a la edad adulta nuestra principal motivación sea saciar nuestro propio interés.
En paralelo, la sociedad nos invita constantemente a creer que nuestro bienestar depende de la satisfacción de nuestros deseos. Esta es la razón por la que solemos tratar de que la realidad se adapte permanentemente a nuestros intereses, a nuestras necesidades y a nuestras expectativas, una actitud más conocida como «egocentrismo».
Al observar nuestra forma de pensar, de hablar y de actuar comprobamos que suele estar protagonizada por los pronombres «yo», «mi» y «mío». Lo cierto es que cuanto más egocéntricos somos, más sufrimos. Y a su vez, este sufrimiento alimenta y engorda nuestro egocentrismo. Al adentrarnos en este círculo vicioso, solemos quedarnos anclados en la cárcel de nuestra mente, siendo avasallados por un incontrolable torrente de pensamientos inútiles y destructivos que merman nuestra salud emocional. Esta es la esencia del denominado «encarcelamiento psicológico»,6 que nos lleva a interpretar lo que nos sucede de manera extremadamente subjetiva, y a reaccionar impulsiva y mecánicamente cada vez que nuestras circunstancias nos perjudican o no nos benefician. En ese estado de inconsciencia pretendemos que el mundo gire a nuestro alrededor, adaptándose a nuestras creencias, valores, prioridades y aspiraciones.
Es decir, a nuestro paradigma.
Es necesario señalar que ninguno de nosotros sufre voluntariamente.
Sin embargo, cada vez que pensamos, hablamos o actuamos egocéntricamente, es como si tomáramos un chupito de cianuro, vertiendo veneno sobre nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro corazón. De hecho, la neurociencia cognitiva ha demostrado empíricamente que cada pensamiento negativo genera en nuestro interior una emoción tóxica, como el miedo, la tristeza o la ira.
Y estas, a su vez, se disuelven fisiológicamente en nuestro organismo, dañando literalmente nuestros sistemas nervioso e inmunológico. De ahí que si pudiésemos escoger libremente, al enfrentarnos a situaciones difíciles seguramente desarrollaríamos una actitud y una conducta más constructivas y eficientes.
Y entonces…
¿por qué no lo hacemos?
¿Por qué reaccionamos negativamente frente a circunstancias adversas?
¿Por qué nos entristecemos por asuntos ocurridos en el pasado?
¿Por qué nos enfadamos cuando las cosas no salen como queremos?
¿Por qué nos sentimos inseguros con respecto a cuestiones relacionadas con el futuro?
¿Para qué nos sirven la tristeza, la ira y el miedo?
¿De qué manera estas emociones nos ayudan a construir y disfrutar de una vida plena?
La respuesta a todas estas preguntas solo puede comprenderse
cuando nos miramos en el espejo. De hecho, la psicología del
egocentrismo pone de manifiesto que no somos dueños de nosotros
mismos. En general no tenemos ningún tipo de control sobre nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestras actitudes y nuestras conductas. Más bien operan de forma mecánica, impulsiva y reactiva. Por eso somos incapaces de obtener de manera voluntaria resultados de satisfacción. Esta es, sin duda, la principal característica de vivir inconscientemente.
Aunque parece que estamos despiertos, en el fondo estamos profundamente dormidos. No en vano, seguimos creyendo que las interpretaciones distorsionadas y subjetivas que hacemos de la realidad son la realidad en sí misma. Prueba de ello es la epidemia de victimismo que padece nuestra sociedad. Es común escucharnos los unos a los otros protestando por todo lo que nos pasa, sin ser conscientes de que somos co-creadores y corresponsables del rumbo que está tomando nuestra existencia.
Solemos quejarnos de nuestra pareja, pero ¿acaso nos responsabilizamos de que somos nosotros quienes la hemos elegido? Solemos maldecir a nuestro jefe y a nuestra empresa, pero ¿acaso nos responsabilizamos de que somos nosotros quienes hemos escogido nuestra profesión y nuestro lugar de trabajo?
Y en definitiva, solemos lamentarnos por nuestras circunstancias actuales, pero ¿acaso nos responsabilizamos de que estas son el resultado —en gran medida— de las decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestra vida? Es decir, que solemos victimizarnos por los efectos que cosechamos, eludiendo cualquier tipo de responsabilidad por las causas que los crearon. Por eso se dice que la psicología del egocentrismo se sustenta sobre la ignorancia de no saber quiénes somos y la inconsciencia de no querer saberlo.
«Deseamos ser felices aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad» – San Agustín
El aprendizaje del lenguaje ya nos induce al egocentrismo.
Cuando un bebé comienza a hablar no diferencia el «yo» y el «tú», o el «mío» «tuyo» y la insistencia del entorno hace que del lío inicial pase a imitar los comportamientos y su instinto de exploración comienza a navergar no por la identidad sino por el ego.
Opino que las herramientas no son en sí ni buenas ni malas, solo herramientas. Y el lenguaje es una de ellas.
Lo que tampoco que cabe duda es que en muchas ocasiones se convierte es un arma mediatizada de perniciosos efectos para nuestra propia esencia humana y divina.
Salud y saludos